Robot, teta, epilepsia: a urgencias.

Nunca tuve interés en ver la primera entrega, pero la vi, con la secuela me ha pasado lo mismo. Si, quizá sea un ejercicio algo masoca por mi parte, pero entre eso y no hacer nada es prefierbile acudir al cine y darle el enésimo voto de confianza a Michael Bay, obviamente soy un ingenuo.

Transformers 2 es una orgía, es el porno de los efectos especiales, sonido digital e imágenes generadas por ordenador elevadas a cotas increíbles, pero ya está, no es nada más. Quizá la primera entrega tenía un mínimo interés porque había una historia que contar, sí, una chorrada de tomo y lomo, pero tampoco hay que pedirle peras al olmo si la cosa deriva de unos dibujos animados.

Su secuela está protagonizada por unos pixels de alta resolución en interacción con algunos seres humanos, tal vez con menos alma y carisma que cualquier autobot o decepticon. Personajes planos y tremendamente ridículos están ahí para que la peli no sea considerada de animación, porque de esto a Dreamworks sólo hay un par de clics de ratón.

Por si alguien duda, el personaje de Mikaela, Megan Fox, es de carne y hueso. Esos primeros planos, totalmente justificados por la historia, de su culo y lascivo rostro son obra de su virtuosa hacedora, quien no se llama IBM precisamente.

Hágase Transformers 2 -pensaron Spielberg (productor ejecutivo) y Bay-,y resolvieron llenar 150 minutos con planos gestados en la vagoneta de una montaña rusa, petadísimos de alcohol, con un sudor patrio infecto, con culos y tetas capaces de trempar a los mismos muertos y con un guión copiado de alguien que lo escribió en la puerta de un retrete junto al número de teléfono de Jenny la cometodo, y los versos sádicos de Michael, el monarca de los anos.